Retrato de la familia Franco con los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía junto a sus hijos en las puertas del Pazo de Meirás
Abrir los capítulos más espinosos sobre la dictadura, la Guerra Civil o cuestionar la Corona en las décadas de los años setenta y ochenta, habría sido una temeridad. Sin embargo, transcurridos más de cuarenta años de la aprobación de la Ley de la Reforma Política es lógico ser más exigente desde medios de comunicación, política y sociedad civil con las instituciones del Estado. Ya no caemos en el conformismo de contentarnos solo por haber conquistado avanzar hacia un modelo democrático, sino que reclamamos transparencia en las acciones de nuestros representantes públicos y hacer las paces con el pasado reciente.
De ninguna manera se trata de recurrir al revisionismo, a la venganza o de inestabilizar el edificio construido por nuestros mayores, más bien de solventar las goteras y reformarlo ante el riesgo de acabar en ruinas. Soy consciente de que la ocasión la pintan calva para republicanos y bolivarianos, que por ciento, no pretendo incluir a ambos espectros en el mismo círculo. Defensor acérrimo del sistema de 1978, estimo que hay reformas ineludibles y que Felipe VI ha de hacer los deberes distanciándose sin titubeos de su predecesor, dar explicaciones y actualizar la comunicación de la Casa Real, demasiado lenta y anquilosada en las formas.
Si no hace hincapié en ello y lanza guiños a la izquierda, la monarquía dejará de ser un eje cohesionador y se convertirá en un factor divisorio. Suele subestimarse últimamente el papel desempeñado por el Rey Emérito afirmando con desdén que los españoles de 1975 se contentaron con su figura parapetándose en la incertidumbre, el miedo y la esperanza, y eso, no es del todo cierto. El nieto de Alfonso XIII generaba enormes recelos en la izquierda y entre los provenientes del Bunker, pero con su altura de miras, su campechanía, su carácter astuto y con la asesoría de Sabino Fernández Campo y la complicidad de la prensa, todo hay que decirlo, fue ganando el reconocimiento de la población. Ahora hay bastantes galimatías en el frente, eso sí, sería una frivolidad comparar la empresa que tenía entre manos Juan Carlos I en 1975 con la de Felipe VI en el último sexenio.
Nuestros pensamientos han de estar en estas fechas señaladas con las alrededor de 60.000 víctimas mortales a causa del COVID-19. Deseo enviar con franqueza desde lo más hondo de mi corazón un caluroso abrazo a los familiares y amigos de los fallecidos. Por supuesto, no querría concluir el análisis sin acordarme del personal sanitario y del resto de trabajadores que han prestado servicios esenciales en los ámbitos público y privado. Mencionar también a los colectivos vulnerables que han visto agravada su situación de emergencia económica. A los niños, que nos regalan sonrisas hasta en las tesituras más peliagudas, y dan lecciones de responsabilidad ciudadana a los adultos cumpliendo escrupulosamente con los protocolos. Nos acercamos al final de uno de los años más calamitosos de la era contemporánea más hemos de mantener la esperanza en la ciencia, aunque sin sentimientos ilusorios.