Por Álvaro López Asensio.
1.- La estrella de la gruta del nacimiento de Jesús
Lo primero que al entrar en la Gruta de la Basílica de la Natividad de Belén encentran los ojos del peregrino es la célebre Estrella de plata que dice: “Hic de Virgine María Jesus Chiristus Natus est” (aquí ha nacido Jesucristo de la Virgen María). Está situada en el centro de la parte inferior del altar, en el lugar exacto donde la tradición fija el nacimiento. Desde tiempo inmemorial siempre ha existido allí una estrella.
Los magos legados del Oriente habían turbado a Herodes el Idumeo con su pregunta: ¿”Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido”?. Esta pregunta, formulada en el palacio re de Jerusalén junto a la actual Puerta de Jafa, corrió veloz por toda la ciudad, como nos dice (Mateo 2, 3): “y toda la ciudad se turbó con él”. Llamados a consulta los jefes de los sacerdotes y los letrados y enterados lo Magos que el rey de los judíos debía nacer en Belén, allí se dirigieron. Llegado al lugar, la estrella “se posó donde estaba el niño”. La estrella estaba donde se encontraba el niño.
2.- La trágica historia de la estrella
Es ese lugar, siempre ha habido una estrella como sello del lugar del nacimiento. La que hoy besa el peregrino lleva grabada la fecha del año 1717, pero no es ese el año en que fue modelada. Su historia es la siguiente:
En letras capitales grabadas en relieve la estrella tiene una inscripción cuyo texto idéntico al que ya hemos indicado más arriba. Este texto latino que declaraba en voz bien alta a quién pertenecía aquel lugar sagrado molestaba a los griegos ortodoxos copropietarios con los franciscanos de la basílica de la Natividad. La estrella que entonces se veía en el lugar donde nació Jesús, había sido colocada allí gracias a los donativos que vinieron de España.
En el año 1842, intentaron arrancarla del lugar los monjes griegos ortodoxos, por lo que los franciscanos, en la noche del 22 de diciembre del aquel mismo año, la fijaron fuertemente con clavos. Nueva tentativa, aunque también inútil, tuvo lugar el 24 de abril de 1845, hasta que por fin la estrella desapareció definitivamente el 12 de octubre de 1847, yendo a parar al monasterio griego de San Sabas, en pleno desierto de Judea.
3.- Actividad y dinero español para restituir la estrella
No habiéndose logrado la recuperación de la estrella, el sultán turco Abd-el-Magid, después de un movidísimo proceso que duró cinco años, decretó que se hiciera otra igual a la robada. Se hallaba entonces en Constantinopla ejerciendo el importante cargo de Comisario de Tierra Santa el franciscano español, José Llauradó. Fue él quien tomó a su cargo el hacer una nueva e idéntica a la anterior.
El peso de la plata fue de 496 dracmas y costó 3.300 piastras trucas, es decir, unos 2.700 reales que pagó el mismo Comisario Llauradó. Sin embargo, el sultán Abd-el-Magid quiso apropiarse de la autoría para hacerse don de ella a la cristiandad.
Pero la historia prueba con documentos auténticos que la estrella de Belén, la misma que hoy vemos y veneramos como símbolo de un hecho divinamente humano, se deba a la actividad y dinero aportado por un franciscano español benemérito por esta y otras acciones realizadas a favor de los Lugares Santos.
La larga y trabajosa acción diplomática fue llevada a cabo por el embajador francés, marqués de Lavalette, ante la sublime Puerta menenudeando las propinas del Comisario español a los oficiales turcos. La estrella fue colocada en el mismo sitio donde se halla hoy por el enviado del sultán, Afif Bey, el 23 de diciembre del año 1852, hallándose presentes el bajá de Jerusalén, el cónsul francés Botta y el Superior franciscano de Belén. A ese acto solemne no asistieron ni el Patriarca Latino de Jerusalén, ni los Patriarcas griego, ni armenio ortodoxos.