En estos días de bombardeo publicitario navideño, se han hecho muy presentes personajes que, hasta hace pocos años, nunca
hubiésemos pensado que acabarían siendo protagonistas de estas fiestas. Me refiero a los ya omnipresentes elfos, duendes, hadas y otros sujetos “navideños” que no se sabe muy bien de donde salen ni qué pintan aquí. Los pastorcillos, la lavandera y los romanos vienen siendo sistemáticamente desplazados por iconos más relacionados con el mundo de la mitología o el cine que con el verdadero origen de la Navidad; y, no digamos, el niño Jesús, María y José, cuya presencia se va minimizando año tras año, hasta prácticamente desaparecer.
Hasta las luces navideñas ya no son navideñas sino que responden a patrones estéticos totalmente desconectados con los hechos de
Belén o con la tradición. Podrían servir igual para las fiestas patronales que para la verbena de los domingos de un pueblo de provincias.
A los Reyes Magos ya hace tiempo que les salió un duro competidor, promocionado por las grandes empresas de consumo (Coca
Cola lo lanzó como icono propio con gran éxito en los años 20 del siglo pasado). Papá Noel, también conocido como Santa Claus, aunque de escasa raigambre en España, al menos tiene su origen en la figura histórica de San Nicolás, quien fue obispo de Mira (Turquía) en el siglo IV y enterrado en la ciudad italiana de Bari. El santo, que procedía de una familia acomodada, se dedicaba a ayudar a los desfavorecidos llegando, según dice la leyenda, a entrar por las ventanas de sus casas para dejarles dinero, vituallas y otras cosas necesarias. De ahí la imagen del señor gordo, barbudo y con un saco a la espalda que se cuela por las chimeneas. Lo de la vestimenta roja aunque anterior a Coca Cola, le vino muy bien a esta por la coincidencia con su color corporativo.
Este santo siempre fue venerado en Europa, por lo que no es extraño que tenga más seguidores que los Reyes Magos, cuya tradición está más arraigada en España y, por su influencia, en muchos países americanos.
Son unos cuantos los personajes regaladores que se afanan en Navidad por llevar sus presentes por el mundo. En el País Vasco y norte de Navarra es ya un habitual de las fiestas el Olentzero, carbonero con chapela, camisa de cuadros y abrigo de borreguillo que lejos de tener la magia de los reyes de oriente, no se sabe bien si viene a repartir regalos o a promocionar su carbón en el mercado de los miércoles. También tiene su versión gallega, el Apalpador. El Tío de Nadal hace su papel en Cataluña…
Estos personajes, frente a los Magos de oriente y a algunos de la Europa cristiana como la Befana italiana o la Babushka rusa, no tienen ningún entronque con la Navidad ni con el significado religioso de esta, sino que son producto básicamente de la mitología rural. Han sido incorporados de manera artificial a la Navidad y utilizados como un instrumento más de las políticas diferenciadoras de nuestros nacionalismos. La contraposición Reyes Magos/Olentzero, por ejemplo, adquiere de este modo un claro significado político. Los primeros representan lo español y el segundo la identidad autóctona vasca. Dime quien te trae los regalos y te
diré a quien (no) votas…
En definitiva, la Navidad se viene trasformando en un fenómeno de contenidos heterogéneos. Su universalidad ha dado pie a que
su mensaje y sustrato principal, que ha sido siempre la paz y el amor en el mundo (mensaje que constituye el principio y el fin del cristianismo), sea interpretado de muchas formas. Lo cual es en parte lógico si atendemos a la diversidad de pueblos que celebran la Navidad. Pero más allá de esto, lo que viene ocurriendo en los últimos tiempos es que se está trasvistiendo no sólo el origen sino también la iconografía y, con ella, la autenticidad de su significado histórico. Y mucho más, su significado religioso.
En una generación serán ya muy pocos los que sepan cual es el verdadero significado y origen de la Navidad, menos aún los que la
celebren con una perspectiva religiosa.
¿Alguien puede imaginar un Ramadán o una Pascua judía celebrados con imágenes de elfos o duendes? Evidentemente que no. En
ese sentido otras religiones guardan con más celo las esencias de su historiografía.
En Europa y en occidente en general, estamos descafeinando el significado y trasfondo de la Navidad a marchas forzadas igual que se
descafeína cualquier evento religioso de tradición histórica o cultural. Basta con recordar los “bautizos civiles” o las “procesiones laicas” celebradas durante la Semana Santa en algunas ciudades como buen ejemplo de hasta donde llega el fenómeno y, también, la ignorancia y la tontería.
Es un paso más en la renuncia a nuestras raíces históricas, culturales y religiosas que han servido de sustento para lo que actualmente somos. El multiculturalismo se ha instalado en occidente y necesita un previo vaciado de valores, de referencias y de memoria, para ocupar su lugar. Y en este sentido el cristianismo, cuyos valores e historia están inseparablemente unidos a occidente y a Europa, aparece como un obstáculo para el nuevo orden multicultural y globalista. Se olvida que los principios éticos, políticos, sociales e, incluso, legales que nos rigen tienen su primera fuente en los valores grecorromanos recogidos y desarrollados
por la tradición cristiana a lo largo de los siglos. Hoy posiblemente no conoceríamos igual de bien a Platón y Aristóteles si no hubiesen existido San Agustín y Santo Tomás de Aquino. Igual que ocurre con muchos otros clásicos estudiados e interpretados por autores cristianos.
Esos cimientos son los que ahora, en buena parte, se quieren ignorar e, incluso, suprimir. La izquierda europea más reaccionaria en un
principio y, un buen nutrido grupo de corrientes políticas después, vienen socavando desde hace tiempo dichos cimientos.
Fenómeno muy acusado en España donde, además, se identifica cualquier manifestación de la cristiandad con el franquismo. Es
cierto que la Iglesia española encontró cobijo y simbiosis en el régimen de Franco, pero también lo es que se vio totalmente desprotegida y amenazada durante la II República, peligrando no sólo su supervivencia sino también la de muchos de sus miembros, a pesar de que aquella se definía como un régimen de libertades. La estrecha y excesiva relación que tuvo con el régimen en algunas épocas se viene pagando 50 años después no ya sólo por la propia Iglesia sino también por la sociedad en general, que ve
peligrar en muchos aspectos el equilibrio conseguido en la transición mediante la propia Constitución de 1978 y con el Concordato de 1979. Basta con ver el actual horizonte de la educación concertada.
Pero volviendo al vaciado al que me refería más arriba, la descristianización de Europa y, de occidente en general, se está produciendo en pro de un multiculturalismo mal entendido. Se ha pretendido dar tolerancia y cabida a otras culturas y religiones como
consecuencia de la presión migratoria posterior a la II Guerra Mundial, consecuencia de la descolonización y del desarrollo económico posterior. Pero el error no es amparar y respetar la libertad religiosa y cultural, que obviamente tienen que estar protegidas y lo están en todas las constituciones europeas y occidentales, sino en renunciar a los valores y raíces que cimentan y garantizan, precisamente, dichas libertades. Incluídas las de aquellos que, procediendo mayoritariamente de otros países, profesan otros credos religiosos. Cristianos, musulmanes, judíos, budistas, taoístas…todos deben estar protegidos en cuanto a su libertad de culto y credo, pero lo que no debe socavarse es la base para que dicha libertad sea efectiva.
No hay que olvidar que el libre albedrio es uno de los pilares básicos del pensamiento cristiano (y sustrato de los regímenes de libertades europeos), y que la libertad tanto individual como colectiva la extiende a cualquier ámbito de decisión, incluso el religioso. El libre albedrío es la esencia de cualquier consideración del hombre que no puede serlo sino en libertad.
El pensamiento cristiano y occidental están muy lejos de religiones que, lejos de amparar la libertad de cultos y de pensamiento,
pretenden abiertamente imponer sus dogmas y, además, extenderlos a todos los ámbitos de la vida privada, social, política y legal. La identidad entre norma religiosa y norma jurídica es incompatible con aquél pensamiento y con la configuración legal en todos los países de Europa y de occidente en general.
Ninguna sociedad, por moderna que sea, puede prescindir de los valores y principios que la vieron nacer. Si los abandonamos, el espacio que quede será ocupado por otros principios y valores mucho menos tolerantes. La pervivencia de nuestras raíces y de nuestra cultura garantiza que cualquier persona sea cual sea su raza, religión o ideología, verá protegida su libertad individual y colectiva en todos los ámbitos. Especialmente peligroso es que dicho espacio quede ocupado por el fundamentalismo religioso, como ya se está viendo en Europa.
No es ningún secreto que organizaciones extremistas tienen por objeto la islamización de Europa y que su avance ha sido muy
significativo en los últimos años. Ya hay países que se han dado cuenta del peligro real y próximo que existe, y de que dicho peligro lo tenemos no sólo dentro de nuestras fronteras sino también dentro de nuestra sociedad. No hay que olvidar que el extremismo islamista no es sólo una religión sino también una ideología política de tendencia teocrática y fundamentalista, que extiende sus postulados no ya sólo a la conciencia individual sino también a la vida colectiva y política.
En Francia, donde existen ya barrios enteros en los que lejos de mantenerse el orden legal gobierna la sharia, el Presidente Macron ha
promovido un proyecto de ley que busca reforzar los principios republicanos, tipificando nuevos delitos por amenazar la vida de terceros a través de la propagación del odio y castigando con más severidad los comportamientos familiares, en la escuela, las asociaciones y la vida pública.
En Holanda ha saltado la alarma ante el importante avance del salafismo, el cual incluso está extendiendo su influencia en la educación. La diversidad religiosa fue la marca de identidad del proceso de construcción de la nación holandesa, pero ya no lo es. La preocupación generalizada por la falta de cohesión social, el creciente empuje del islam y el miedo a la pérdida de la identidad nacional, son ya una constante en las campañas electorales.
En Bélgica incluso hay previsiones de que para 2030 sea ya mayoritariamente musulmana…
Europa corre el serio riesgo de implosionar desde dentro como espacio de libertades y derechos, convirtiéndose en lo contrario de lo que ha sido y querido ser, al menos, en los últimos 75 años. Y la mayor parte del trabajo lo habremos hecho nosotros mismos, renunciando en buena parte a lo que somos y dejando campo libre, de forma perezosa y acomplejada a culturas, formas de pensamiento y de vida mucho más radicales.
Está claro que los elfos por sí mismos no nos van a hacer ningún mal, pero tampoco nos hace ningún bien prescindir de nuestro
patrimonio político, ético, religioso y cultural.
Alfonso J. Albar García