Hoy, 14 de febrero, sería muy tentador escribir sobre San Valentín y entrar a debatir sobre si se trata de una festividad ideada por los comercios con el fin de incrementar sus ventas o si tiene un origen menos superficial -hay quien lo sitúa en la Roma del siglo III, con ocasión de la muerte de un sacerdote llamado Valentín, quien, oponiéndose a una orden del emperador Claudio II, celebraba en secreto matrimonios de jóvenes enamorados-.
Podría también escribir sobre el «antisanvalentín» o Día del Soltero, que se celebró ayer; sin embargo, me voy a contener y voy a dedicar este espacio al medio de comunicación que más fascinación me ha producido siempre: la radio. Y es que ayer no solo los solteros -o singles, que dirían los modernos- estaban de celebración; ayer fue también el Día Mundial de la Radio, el medio de difusión más emblemático de todos los tiempos.
Siempre se ha considerado el padre de la radio a Marconi, que fue quien presentó la patente y recibió, en consecuencia, el Nobel de Física en 1909, pero, en realidad, a quien tenemos que agradecer tan maravilloso invento es a Nikola Tesla, como así reconoció la Corte Suprema de Estados Unidos en 1943, devolviéndosele la patente que ostentaba Marconi.
La primera retransmisión radiofónica de la Historia parece que tuvo lugar en la Nochebuena de 1906, cuando, desde la Brant Rock Station de Massachusetts, se escucharon la canción ‘Oh Holy Night’ y algunos versos de la Biblia. A principios de aquellos felices años veinte -¡qué distintos a los de ahora!- comenzaron las primeras retransmisiones regulares de programas de entretenimiento. Desde entonces, el mundo de la radio evolucionó, llegando a finales de los años cuarenta los primeros transistores. Pero no es ánimo de quien suscribe estas líneas hacer un repaso de la historia de este medio de comunicación, sino manifestar aquí, ante ustedes, el afecto que siempre he profesado por él -al final, voy a terminar hablando de amor-.
Y, como en toda historia de amor, hay episodios de nostalgia y procede recordar, aunque algunos una solo los conozca de oídas -nunca mejor dicho-, el mítico consultorio de Elena Francis, el serial radiofónico ‘Matilde, Perico y Periquín’, el programa ‘Ustedes son formidables’, la radionovela humorística ‘La saga de los porretas’, los partidos de fútbol en el carrusel deportivo -¡lo que se sufre escuchando un partido de fútbol!- y voces como las de Matías Prats (padre), Encarna Sánchez, José María García, Luis del Olmo, Joaquín Luqui o Iñaki Gabilondo.
No hay que olvidar que, antes de la llegada de la televisión, la radio era el entretenimiento en torno al cual giraba la vida familiar. La radio informaba, entretenía con cuentos o seriales y era el único lugar donde escuchar música.
En 1979 el grupo británico The Buggles pronosticaba que el vídeo mataría a la estrella de la radio. Desde luego, como profetas no tenían precio porque, lejos de matarla, la radio no solo sobrevivió, sino que no ha parado de reinventarse y salir airosa de cada reinvención. Quizá, su éxito radica en que es accesible en cualquier momento y lugar, llegando a una amplia audiencia. Que se lo digan, si no, a quienes se pasaron años, décadas, escuchando, a hurtadillas, Radio España Independiente, más conocida como La Pirenaica.
La radio, a diferencia de la televisión, tiene la ventaja de poder acompañarnos cuando y donde sea: en la calle, en el coche, cuando hacemos tareas del hogar y vamos cambiando de habitación, mientras hacemos ejercicio, etc. Me dirán que, hoy en día, también podemos ver la tele en un dispositivo móvil y llevarlo con nosotros, pero qué quieren que les diga, no es lo mismo -desde luego, conduciendo no se nos ocurriría-. Muchos encienden la televisión y la dejan ahí, de fondo, con el único fin de sentirse acompañados, pero yo, amante del silencio, cuando la necesito, esa compañía la busco en la radio.
Distintas voces son las que han acompañado mis despertares a lo largo de los años; desde el mítico programa ‘Anda ya’, con las gamberras bromas de Isidro Montalvo, hasta Gemma Nierga, Pepa Bueno, Carlos Herrera, Carlos Alsina e, incluso, emisoras extranjeras. Y, últimamente, son también las palabras viajando a través de las ondas hertzianas las que me invitan a abandonarme en los brazos de Morfeo.
Como decía, la radio no ha dejado de evolucionar. En la actualidad, son muchos los que la escuchan a través de Internet y, a veces, parece que la radio es cada vez menos radio. Hoy en día, muchos programas radiofónicos son grabados con una cámara y emitidos en YouTube y, en cierto modo, ello le ha hecho perder la magia que suponía poner, con la propia imaginación, cara a las voces que salían de ella -luego, para bien o para mal, la realidad solía distar mucho de lo imaginado-; sin embargo, la radio seguirá siendo la radio. Nuevos formatos como el podcast, que permite al oyente escuchar el contenido en el momento que quiera, hacen que la radio esté viviendo un momento de auge y que hayamos entrado en lo algunos han denominado «la era de la audificación».
En definitiva, no habrá vídeo ni tecnología que mate a la radio porque, como explica Siobhan McHugh, crítica y analista de audio, el audio nos permite jugar con la imaginación como lo hace un buen libro y, al llegar directamente a nuestros oídos, permite una experiencia mucho más íntima que una película. Y si no, vean el éxito que, en pocas semanas, ha tenido ‘Clubhouse’, la nueva red social de moda.