Desde entonces la región vive sumida en la interinidad. Las rivalidades entre los socios de gobierno para lograr capitalizar al electorado soberanista se inclinaron por agotar el mandato en lugar de pactar un candidato que continuase al frente del Ejecutivo los doce meses que restaban de legislatura. Cuatro años después de las últimas elecciones, se ha rebajado el suflé.
En diciembre de 2017, los ciudadanos catalanes asistían masivamente a las urnas movidos por las hostilidades de la batalla identitaria. Digiriendo la andanada de la DUI y desintoxicándose con la implementación del artículo 155 de la Constitución.
Quienes admiramos la Barcelona vanguardista de Antoni Gaudí, Salvador Dalí, Juan Marsé, Rosa María Sardá o Joan Manuel Serrat, nos abochornamos al ser testigos en directo de la proclamación de la independencia. Las escenas rocambolescas de aquella tarde, parecían extraídas de cualquier título cinematográfico de Luis García Berlanga.
En aquel tiempo se nos desvanecieron dos referentes del pragmatismo: Reino Unido, refrendando la salida del país de la Unión Europea, y el unilarelatismo en Cataluña. Los episodios de aquel viernes 27 de octubre simbolizaban el culmen de la hoja de ruta pujolista.
El nacionalismo llevaba cuarenta años inoculando veneno a través de la educación y la prensa, los dos canales imprescindibles para manipular a la población. Todos los presidentes fueron responsables de la inflamación de la retórica soberanista cebando de poder al nacionalismo a cambio de preservar la estabilidad en La Moncloa.
Además, las derechas catalana y madrileña alimentaban la confrontación entre ambos territorios en aras del rédito político, aunque en consecuencia se generase un clima irrespirable para la convivencia. En plena crisis económica, con altas tasas de desempleo e incrementando la distinción de clases sociales, Artur Mas utilizaba la Diada de 2012 para implementar en su discurso las técnicas del populismo europeo del siglo XIX.
La fórmula del convergente requería acogerse al secesionismo más irracional. Atribuir a la falta de financiación del Estado el déficit de recursos económicos en Cataluña y reclamar mayor transferencia de competencias. Repetir la cantinela hasta terminar convenciendo a la ciudadanía. Gracias a la colaboración inestimable de la Radio Televisión Autonómica y a la servidumbre de la prensa cómplice anteriormente de las fechorías cometidas por Jordi Pujol y Marta Ferrusola.
Capitalizar el descontento desplegando esteladas inmensas con tal de invisibilizar el paisaje y culpar a Madrid de todos los males que acechaban a Barcelona. En épocas de hastío ciudadano, la masa cae rendida a los encantos románticos del patrioterismo de turno y acaba asumiendo los discursos de odio a quienes los líderes usan como cebo. A los ilustrados que osan cuestionar la apelación a las tripas, se les acusa de herejía.
La manipulación ciudadana era consentida, es decir, quienes se subieron al carro del independentismo era porque en periodo de vacas flacas incrementaban su insolidaridad con el resto de vecinos.
Lo que muchos desconocían es que la mayoría saldría más empobrecida de una hipotética ruptura de Cataluña con el resto de comunidades autónomas. Cuando hubo voces temerosas de la deriva que el proceso tomaba, ninguna fue valiente de recular a tiempo y evitar el colapso institucional.
A Mariano Rajoy le confería la responsabilidad de facilitar las vías de diálogo dentro de la legalidad y recurrir a las herramientas del aparato del Estado pertinentes para preservar el orden y la seguridad antes de provocar disturbios como los del 1 de octubre de aquel 2017. Celebrados los comicios con la autonomía intervenida, el cambio de rumbo fue imposible porque las fuerzas secesionistas arrojaban mayoría absoluta y a lo largo de este tiempo Ciudadanos no supo capitalizar el triunfo en las urnas.
Hoy los impulsores del órdago soberanista cumplen las penas en prisión, Esquerra Republicana pacta con el ejecutivo de la nación y la sociedad catalana continúa sobrellevando el discurrir de los acontecimientos cotidianos. La tensión es mucho menor y la cuestión independentista permanece enquistada.
El golpe perpetrado por la pandemia más grave del siglo, relega los debates indentitarios a segundo plano más si cabe con la irrupción de Salvador Illa en el tablero. La gestión al frente del Ministerio de Sanidad el primer año de legislatura, le convierte en referente del espectro progresista debido a la serenidad, el formalismo y la credibilidad transmitida en los peores momentos de la epidemia.
La presencia del fontanero del Partido Socialista aporta suspense al letargo catalán, tanto es así que ha obligado a improvisar a todos sus adversarios.
Campaña de acoso contra el Secretario de Organización del PSC rompiendo los limites al acusarle de vacunarse antes de lo debido. Sin presentar documentos probatorios, se emitieron juicios infundados en los últimos días en amparados en la contienda mitinera.
Algo falla cuando escandaliza que Salvador Illa no se someta a una PCR para participar en el debate electoral del pasado jueves en La Sexta, por no reunir los requisitos exigidos a la ciudadanía, y nadie se inmuta porque Laura Borrás se presente imputada a los comicios. La número dos de Juntos por Cataluña está investigada por presunto fraude, prevaricación y malversación de caudales públicos en la adjudicación de contratos a empresas de manera arbitraria.
¿Se tomaría política y mediáticamente con tanta benevolencia si el nombre fuese el del candidato del Partido Popular? Enfrascada en tan delicada tesitura, sorprende escucharle exigir transparencia a la Casa Real entorno a las presuntas irregularidades fiscales del Monarca Emérito.
Asimismo, resulta cínica la defensa por parte de Esquerra Republicana en el reforzamiento de los servicios públicos ejerciendo de cómplices de los ajustes adoptados durante varias legislaturas en la Generalitat. Pere Aragonés pertenece a la izquierda que adopta el papel de tonto útil de la derecha nacionalista. Antepone la guerra de banderas a la igualdad entre los ciudadanos.
Solo alguien instalado en una realidad paralela puede creerse las promesas de implementar la republica catalana como aseveran los sustitutos de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Al menos hasta el largo plazo, los separatistas nunca volverán a atropellar la ley como hicieron en el pasado.
Los bloques están tan enraizados que escasa cabida tienen las posturas equidistantes, por ejemplo, las de Angels Chacón. La candidata del Partido Democrático se desgaja de Juntos por Cataluña cubriendo el reducido nicho de Unió. Encarna el nacionalismo moderado de la burguesía. Apunta maneras para ser la digna sucesora de Josep Antoni Durán i Lleida.
A Jessica Albiach le ocurre algo parecido. La candidata de los Comunes no termina de cuajar situándose de perfil en lo relacionado con la narrativa secesionista. A los izquierdistas de pro les suscita dudas que defiendan la justicia fiscal entre los ciudadanos y a la vez justificar la insolidaridad del separatismo con las autonomías más desfavorecidas.
Respecto al espectro del unionismo de derechas, destacar la solvencia de Alejandro Fernández. El representante del Partido Popular se agradece que se dirija mediante tono moderado y constructivo sin alimentar la crispación. Su gran desventaja se encuentra en las siglas a las que pertenece. Los populares llevan años sumidos en la irrelevancia en Cataluña y País Vasco, quizá equivocados en persistir con los discursos prefabricados de la capital del país. Dudo mucho que invitar a Isabel Díaz Ayuso a los mitines pueda surtir efectos positivos en tierras catalanas. Probablemente les convendría tomar nota de la fórmula galleguista de Alberto Núñez Feijóo.
Los mensajes del patrioterismo ultramontano los despliega VOX. Ignacio Garriga destaca rebuznando odio escalofriante. Los argumentos basados en la falsa inseguridad que genera la inmigración, monopolizaban su decálogo. De acabar superando en votos al PP, los cuarteles generales de todas las sedes centrales de las diversas formaciones, deberían sobresaltarse y tomar cartas en el asunto.
A pocas horas de conocer los resultados de las urnas, es tiempo de hacer pronósticos. Desde luego el PSC, gracias a la figura de Salvador Illa, al Gobierno de Pedro Sánchez y la deriva descendente de Ciudadanos, atesora bastantes posibilidades para encabezar el futuro Ejecutivo de Cataluña. Si los socialistas logran situarse en la primera posición y los herederos de Convergencia Democrática de Cataluña sufren un descalabro en las urnas, podría alcanzar acuerdos con Esquerra Republicana y Podemos.
Si los de Laura Borrás obtienen buenos resultados hasta el punto de sumar mayoría absoluta con Pere Aragonés y los de la CUP, quizá se reedite la coalición entre fuerzas separatistas. Todo depende de las cifras de abstención, se prevé que sean las más elevadas de la historia democrática a causa de la pandemia, y de cuál sea el espectro que más se movilice.
Otra de las incógnitas a descifrar se encuentra en la letra pequeña del hipotético acuerdo entre el Partido Socialista de Cataluña y Esquerra Republicana y Comunes.
¿Se exigirá el indulto de los presos secesionistas y en cuyo caso dará el visto bueno La Moncloa? ¿Se romperá la baraja en caso de que la respuesta sea negativa o Junqueras aceptará el tragala y ordenará a sus hombres modular sus mensajes hacia la defensa de la autodeterminación acatando los cauces legales establecidos? El lunes se producirán las grandes reacciones y movimientos políticos.
El PSC corre el peligro de padecer una crisis interna si su candidato no cumple las altísimas expectativas que se han puesto sobre él. Un mal resultado para Ciudadanos aún perdiendo muchos escaños puede interpretarse como un éxito relativo y un buen resultado del PSC, en función del incremento en diputados, se leería a modo de fracaso.
Si la extrema derecha unionista vence en votos al centro-derecha, de seguro Pablo Casado se aferrará a los efectos del Caso Bárcenas para acallar a quienes cuestionan su potencial.
Jornada determinante en el presente y futuro de Cataluña. El resto de España seguirá atenta el escrutinio, cuyos datos influirán bastante en las agendas políticas de lo que quede de legislatura. En juego se halla la vigorosidad del Gobierno, la legitimidad de Pablo Casado, el protagonismo de Santiago Abascal o el papel de Inés Arrimadas.
La población tiene la ocasión de someter a examen a la clase dirigente. De ella depende seguir caminando entre escombros o comenzar a reconstruir la arquitectura. La ciudadanía atesora el poder de recuperar la Cataluña de vanguardia si preserva el seny o apostar por el bloqueo. El voto es nuestra herramienta más revolucionaria para transformar la realidad.